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Relato «La Bruma del Ensueño»

Obra ganadora del Primer Premio del Público en el IV Premio Internacional de Relato Corto sobre la Cultura del Olivar (2022).


Amanece. Escarcha de diciembre sobre los campos. Una ligera brisa mece hojas

y támaras. A lo lejos, se despeinan algunos cabellos perfumados en columnas de humo

retorcidas. Los oídos escuchan el rumor del viento mientras, fija la mirada en la luna,

van pasando nubes rumbo a ninguna parte, como recuerdos perdidos y anhelados de

mejores días… Frotar áspero de manos, piel erizada en la espalda… Cada mañana se

rompe el silencio que cierto sordo escuchó como nadie para convertirlo más tarde en

música y la luz se abre paso entre unas tinieblas que jamás la comprendieron.


Preso como estoy de mi propio origen, mi vida es una continua sucesión

circadiana; un eterno fluir de momentos ya narrados; un sentir lastimoso de quejidos y

esperanzas. Me preparo, siempre me preparo, para una nueva jornada que a menudo es

rutinaria. Desfallezco, a menudo desfallezco, ante tal espacio de secano. Pese a todo,

insisto y me aferro a los terrones de mi existencia, pues sé que mi esfuerzo será drupa en

los labios.


Aunque ya no soy joven, mi fuerza sigue siendo hercúlea. Pese a no contar con

la tersura de antaño, mi belleza se ha vuelto serena y profunda. Y, gracias a que otros

fueron antes que yo, mi sabiduría me permite contemplar el ocaso con aceptación y

reposo. Largas son mis horas; cortos mis suspiros… Soporto el peso con entereza, altivo

y a la vez humilde, como quien espera a un cireneo que comparta su carga o le libere de

ella. En el fondo, mi vida es como las demás vidas.


Junto a mí se encuentran aquellos que aún resisten los envites del tiempo.

Dispuestos en formación aguardamos, como guerreros de terracota, sin más horizonte

que servir de homenaje a tantas almas segadas en este Santo Reino, representando cada

uno de nosotros el sepulcro anónimo de un soldado muerto en combate. Que allá por el

mes de julio fueron Bailén y las Navas; que en verano también tuvo que ser Baécula…

Mas en ninguna de las tres citas jamás faltó cerca una rama de mi estirpe, milenaria

como es nuestra presencia por estos lares. De ahí que la paloma prefiera llevarla en su

pico a ella y no a otra…


En cada loma a lo largo del Mar Nuestro se encarama al menos uno de nosotros,

dando nuestros cuerpos salomónicos refugio y penumbra a todo aquel que camina sin

saber bien hacia dónde dirigir sus pasos. Porque la única certeza que tiene el caminante

en su viaje es la búsqueda de cobijo y alimento para no desfallecer, sea cual sea su

destino. Es por eso que la humanidad entera, uniendo sus naciones, me haya elegido

para coronarse triunfante en paz, como hiciera Kotinos en Olimpia o Minerva en el

Olimpo. En la tierra como en el cielo…


Hemos sido testigos de transfiguraciones y traiciones, de romances y desdichas,

de fusilamientos y fosas, de alegrías y cantares... Nada humano nos es ajeno, porque

humanos somos más que árbol. Gente más que bosque. Nuestra historia es tan extensa

que se pierde en la bruma del ensueño, allí donde todo es posible y nada se detiene; allí,

donde una muela eterna prensa lo vivido para destilar gota a gota la realidad de cada

era; allí, donde las raíces mantienen el pensamiento libre de erosiones y mezquindades.

Allí, en definitiva, donde rara vez asoman unos ojos dispuestos a aprender de los

errores.

Yo nací a la sombra de otros más grandes, como debe nacerse en este mundo.

Fui estaca antes que tronco, esqueje antes que brote, hijo antes que padre… Crecí

igualmente al amparo de mis mayores, aprendiendo a soportar tormentas y a aprovechar

cada gota de agua como si fueran océanos inmensos entre diminutos regueros. Di lo

mejor de mí en la madurez, cuando mi copa rebosaba y lucía orgulloso mi porte. Y

ahora, en mi senectud, aún no vislumbro el final de la cosecha, renovando mis votos

cada año con la misma ilusión del primer invierno.


¡Cuánto que aprender tiene el hombre! ¡Cuánto la mujer! Perseverar es la clave;

observar, la única vereda. Saber parar y sentarse bajo mi umbría, adaptar la espalda a la

corteza y las pupilas al paisaje… Apreciar en perspectiva la propia presencia como un

vacío inexplicable con fugaces instantes de plenitud, sin esperar nada a cambio en cada

aliento, para después levantar el vuelo en busca de vientos más favorables, propios,

ajenos y comunes. Solo así se logra recibirlo todo y es así cómo el sinsentido alcanza el

ideal. ¡Cuánto queda por desaprender!


No lamento mi destino, pues vine a ser confidente y ejemplo, transformando mi

materia al capricho de las manos. A ser leña; a ser mesa; a ser silla, vara y

herramienta… Ser vivo que genera vida y la mejora. Y eso mismo es lo que pido a

quienes cuidan de mi suelo, riegan mis anhelos y recogen el fruto de mi savia: que

mejoren lo que toquen; que mejoren lo que besen; que mejoren lo que sientan, lo que

piensen… Que trabajen sin descanso en hacer del mundo un olivar y de su corazón una

almazara donde fluya a raudales la verdad. Y que cada criatura que se suba a sus

regazos lo haga libre, igual, fraterna, como los retoños y pestugas que albergo en cada

estío. Que no poden sus afanes, que no corten sus empeños, pues no hay noche más

triste que aquella que no alberga sueños.


No puedo evitar que surja el verso en mis palabras, pero no hay más que poesía

en los amaneceres. Les recuerdo que amanecía… Poco a poco el astro rey sigue su curso

y me encuentra como cada alborada divagando en mil ideas, a ratos pueriles, certeras las

menos de las veces. El humo de los cigarros se va difuminando entre la niebla que

inunda las hileras de olivos y pronto se acercan las primeras cuadrillas, con sus lienzos

y máquinas, en una mezcla de artesanía y progreso. Conocen la faena, saben por dónde

empezar y cómo hacer su labor. ¡Si supieran manejar sus vidas con la misma seguridad!

Suenan los primeros golpes de madera contra madera y comienza a llover rocío y a

granizar picuales, en un bautismo iniciático entre Maitines y Laudes. Mujeres y

hombres comparten trabajo y sienten que forman parte de un único ser mientras yo,

preparado como estoy, aguardo mi turno a la espera de las sacudidas que, como

contracciones de un parto, me despojen de mi más preciado tesoro, madurado en mí

desde la flor.


Llevo décadas disfrutando de esta misma sensación de libertad y obligación, de

este sentir que todo tiene su razón de ser. Ha llegado mi hora… Me rodean como

eslabones de cadena, me contemplan con respeto sagrado y el manijero concluye la

oración con el primer varazo sobre mis lomos, que no es castigo sino redención.

Nudillos rasgados y espaldas combadas van llenando esportones de aceitunas como

lluvia de maná sobre el desierto y me siento generador de vida, consciente como soy

que pronto correrán ríos de oro en mi honor. Me despojan por completo de zarcillos

esmeralda y azabache; me desvisten de los vástagos más frágiles, que caen cual plumas

sobre el lecho; y por primera vez en meses me muestro desnudo, puro, inocente, ligero,

luminoso, renovado.


Nada nuevo bajo el sol. Todo es ciclo, renacer… Lo que sucedió, sucederá.

¡Cuánto por desaprender! Tanta sangre derramada mancillando nuestros prados…

¡Cuánto falta para abrazaros! Yo, que he visto morir a tantos; que he llorado con el

canto de los pájaros. Yo, que he albergado presas y acto seguido a sus espantos. Yo,

olivo viejo que sabe más por eso que el mismísimo diablo, jamás comprenderé cómo se

obceca el hombre en repetir lo que evitar está en su mano. Viga para horca, cruz para

clavo… Así es mi leño para algunos: solo odio, solo daño. ¿Por qué os empeñáis en

ello? ¿Por qué no miráis el pasado? ¿Cuántos mundos destruir antes de ser hermanos?

¿Cuándo entenderéis el germen único del que proviene vuestro rastro? ¿Cuántas

primaveras? ¿Cuántas flores? ¿Cuánto? ¿Cuánto?


Amanece. Todo ha acabado… Ya se van alejando. Vuelve el silencio al llano.

Éramos tumbas y como tal callamos. Pero cuando caiga la noche volveremos a

extasiarnos bajo el manto estrellado y seguiremos pensando en lo divino y en lo

humano, confiando en que algún día más cercano que lejano comprendáis el fin último

de todo lo creado. Esperaré, mientras tanto…


No es este relato un compendio de moral. Ni siquiera es un altar a la conciencia.

Estas líneas simplemente os piden trascender más allá de las fronteras del intelecto, pues

si hay algo que nos une es la poesía: la única verdad que existe, aunque en realidad sea

solo una mentira… Pensad en mí cuando mi sabor y mi aroma os embriaguen y, cuando

paséis a mi lado, parad un rato, descansad y sonreíd. Entonces, y solo entonces, habréis

descubierto el secreto de la vida, que no es otro que creer que todo es posible. Allí, en la

bruma del ensueño que supone el pensamiento libre.


 
 
 

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